miércoles, 4 de abril de 2012

Retrato de Katia

Se conocieron, hace tanto en la universidad.
Katia una preciosidad de pelo largo y negro recorriendo sus hombros e intentando atrapar inútilmente entre mechones toda la belleza desprendida de un rostro dulce, entregado a una sonrisa eterna.
Ernesto un estudiante de empresariales de pelo largo rizado, escasa barba y aspecto de cantante de los Door’s. Acompañado siempre de una guitarra que ayudaba a soñar con otros lugares mientras fingía estudiar. Cualquiera mejor que las finanzas.

Pronto congeniaron. Apuntes por aquí, música de importación por allí, tardes de biblioteca, cine de autor soportable solo por la compañía y dos cursos después eran inseparables amigos.
Ambos aprendieron a caminar sobre el delgado hilo que convierte al amigo en pareja de ropa por el suelo, gemidos compartidos y ansiosos besos sin final, pero eso, era para otros ellos siempre miraban de frente al amigo.

La vida corría rápida…se miraban, se querían a su modo. Otras mujeres, otros hombres fueron cruzando sus vidas y el horizonte de su amistad siempre a prueba de amaneceres en compañía; confidentes, salvavidas, hombros sobre los que llorar, primer teléfono al que marcar cuando la vida sorprendía;
-          He conocido a un hombre formidable.
-          Ya era hora, mentía él.

-          Me he enamorado.
-          Espero que ésta sea la buena, también ella aprendió a mentir.
Y un día la mentira transmutó en verdad y llegaron las parejas, los amores ajenos, ladrones e insensibles. Y se creyeron mejor lejos, de tentaciones, de inseguridades, de ganas de sentir.

Llegaron los hijos y la madurez mientras la vida se diluía entre rutina y rutina. Aprendieron la forma de encontrase de la misma forma que un rio siempre encuentra el mar, aprendieron a tener otra forma de añorarse, de quererse, de sentirse; un correo, unas vacaciones en familia con el viejo amigo de la universidad siempre reservada velada para dos y quererse sin quererse para olvidarse sin hacerlo….la vida seguía, cada vez más rápido….y cuando las canas pintaban de pimienta blanca su ya poblada barba, la llamada del ladrón.

 Katia está muy enferma y quiere verte. Un billete pagado con prisa y nudo en la garganta. Un interminable Moscú-Madrid. Cuando llegó era tarde. Katia se había marchado y ésta vez para siempre. “Ella quería que te diera esta carpeta” en los ojos del viudo se diluyó, junto al abrazo sincero, el viejo recelo de quien siempre creyó leer entre líneas. En la carpeta una sola palabra. Universidad. Viejos papeles y olvidados apuntes pero en el lomo, pegado con celo amarillento, un arrugado y viejo dibujo hecho a bolígrafo.
Un rostro inconfundible. Una sonrisa inabarcable, pelo oscuro y distraído. Con el corazón desbocado como un caballo salvaje, los ojos llenos de lágrimas, una mueca de algo parecido a una sonrisa recuerda el día que hizo despistado, en el aula aquel dibujo. Cierra los ojos y siente que no ha pasado ni un segundo de aquel instante, que no ha dejado de quererla, que no han dejado de quererse sin quererse. Aquel retrato de Katia como tantos otros terminó hecho un ovillo en la papelera, aquel fue el primero, él jamás se lo dio ella jamás se lo dijo…

5 comentarios:

  1. Hay cosas que no necesitan ser comentadas...solo admiradas.

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  2. Muchas gracias Rachel...como anima empezar el día después de semana santa leyendo un comentario así!

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  3. canas?....muerte? ....pero si siete años habrían sido más que suficientes :P

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    1. Canas, muerte y dibujos en papel por besar la mejilla sin atreverse a besar la boca… siete? Dicen que fueron necesarios siete días para hacer el mundo así que debe ser una cifra perfecta para todo lo demás.

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  4. Beduino, es un placer leerte, aunque siempre queda un poso de melancolía. Para cuando un final feliz?

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