lunes, 26 de marzo de 2012

Esquina desengaño

En la calle del Olvido, esquina Desengaño, hay una pequeña Bodega hecha de retazos y recuerdos donde sirven la tristeza en vaso largo. Sombrío lugar donde por cada consumición dan tapa de desencuentros bajos en nostalgia. Los días de lluvia, un estupendo estofado de lágrimas.

Regenta el bar un flaco y desdichado camarero que no te negará un suspiro, y los martes, especialidad de la casa: tacita de recuerdos con nube de remordimientos.

Los días de partido, día grande, repleto el salón de miradas huidizas y sillas vacías, la barra inundada de brazos marchitos con ansias de abrazar. Si tienes suerte, algún parroquiano puede arrancarse por bulería de mentiras, quejidos o quebrantos a la que los convidados concurrentes responderán  con sonoras palmas de pena.

Los fines de semana la especialidad de la casa, receta de la señora Dolores; suflé de olvido, sazonado con virutas de pérdida. En su carta no faltan las raciones de besos nunca dados y algún pastel de reproches al baño de melancolía. Para beber, la mejor cosecha Más vale que te marches, un caldo reservado para miradas perdidas, sí prefieres algo frío, pide una botella de No me esperes levantado que se sirve en copa corta. Y si lo tuyo son las infusiones, hay un te fuiste que es conocido en leguas a la redonda.

Pero querido visitante, fuera de carta y solo cuando el cocinero busca sorprender, araña de su recetario una musaka de desilusiones a la desesperanza desencantada, un salmón al abandono y una tarta de indiferencias rellena de desánimos, entre plato y plato, un sorbete de angustia o un consomé de soledad y lamentos, con trozos de disimulos. Para terminar la fiesta que mejor que unos chupitos de ensoñaciones muy fríos.

De vez en cuando pasa repartiendo suerte Remedios que entre el silencioso lamento y perdida mirada de los presentes se lleva bailando algún lugareño.

Lo bueno de este lugar es que siempre habrá un sitio esperándote pero nunca quieren que lo ocupes. Lo malo que no es un lugar, ni una bodega pero al tiempo que lo son todos.
Es un lugar donde nadie te hará preguntas, ni sentirá pena si te marchas y te esperaran sin esperarte, desesperados de no verte.
En este lugar no hay culpables porque lo somos todos, las preguntas las hacen las respuestas y los silencios están hacen demasiado ruido y los sonidos son mudos y sordos.
Este es un lugar te quieren pero nunca querrían conocerte y aunque te conozcan, si te marchas nunca se atreverán a odiarte. Es un lugar donde todos estamos sin haber estado ninguno.

En ese lugar, yo os esperaría si no fuera porque ya no estoy allí.

jueves, 15 de marzo de 2012

Hojas arrugadas

La otra tarde paseando por un camino llano, silencioso, árido y descolorido, tropece con un papel. Simplemente un papel, blanco y arrugado, arrugado como solo lo arruga la fuerza de un puño. Extrañado y sorpendido por la extraña y desubicada piedra, la cojo y desenvuelvo como un niño busca el sabor en sandwich de recreo. Ante mi, sorprendentemente, unas pocas líneas. Unas líneas que tratan de expresar lo que seguro de otro modo su voz no puede, su boca no quiere.

“Me enteré que al fin te decidiste y diste el siguiente paso.
Espero que él sea capaz de hacerte feliz.
Solo quería que supieras…
                                      Aun te quiero.”

Imagino al autor de aquel texto. Trate de imaginar su sentir cerrando su mano sobre una carta que nunca fue capaz de entregar. Lo imagino odiando su cobardía, culpando al destino. Lo imagino con lágrimas en los ojos, observando en la distancia a quien alguna vez fue el motivo de su alegría. Lo imagino dando media vuelta y secando con una mano las lagrimas mientras simultáneamente la otra deja caer huérfano un texto que para nadie más tendrá sentido.

Imagine a quien recibió la carta. ¿Qué sentiría? La imagine mezcla de alegría y tristeza, una noticia recibida demasiado tarde o innecesariamente pronto. La imagino silenciosa ante él. Interminable silencio, incomodo, tortuoso silencio. La imagino ante él, apretando con su mano la noticia que quizás desearía nunca haber recibido. La imagino mirándole a los ojos sujetando con las manos la hoja, con la cabeza una lágrima que lucha por caer, que no debe de caer. La imagino dando media vuelta, rápida y precisa, justo en el instante que la lágrima vence cualquier razón. Arruga la hoja mientras se aleja y la deja resbalar entre sus dedos porque ahora ya, necesita secar sus lágrimas.
He intentando desde tan afortunado y fortuito encuentro, ser capaz de llenar el hueco que había encima de esas líneas…he imaginando que era una carta. He imaginado que el camino me puso esa hoja, con un fragmento, de una historia por si quería jugar a ser escritor. Escritor de historias que no ocurrieron, con personajes que no existen. He jugado e intentado ser ese escritor de romances, que para los que el camino solo brinda un final.

Imagine, aprendí y entendí que ese final merecía una gran historia, que los textos merecen ser bien escritos. Supe que el camino por silencioso, arido sabria poner esa historia en las manos de un escritor. Un escritor que sepa que las líneas no son el final de una historia, sino el principio.


Arrugue la piedra y la deje en el camino confiando en su propia suerte. Me he cruzado con muchas otras que no han llamado mi atención; si alguna vez, el camino quiere que me vuelva a tropezar con ella, intentare escribir una historia que comience con esas líneas. 

lunes, 12 de marzo de 2012

Retales en la memoria

Suena el móvil y es domingo, son las ocho de la mañana. A pesar de las circunstancias, esta vez no me sobresalto, inconscientemente espero la llamada. Al oírlo aprieto el móvil y respiro hondo antes de contestar, no necesito mirar la pantalla, ni siquiera la hora. Automáticamente, respondo demasiado despierto quizá:
  • Buenos días mamá, esperaba tú llamada. 
  • Felicidades hijo ¿Cómo estás? 
  • Bien, mamá, estoy francamente bien. 
  • Pues eso hijo, que feliz cumpleaños. Descansa que es domingo pero no podía esperar, ya lo sabes. Su voz suena tristemente alegre.
  • Mama. Sabía que me llamarías. Confirmo mientras asiento con mi cabeza y siento al otro lado del teléfono su sonrisa emocionada.
  • Vienes luego a verme ¿verdad? 
  • Si mamá, claro, luego voy a verte.
  • Tú padre anda por aquí pero no se quiere poner, dice que cuando vamos acabar con una costumbre tan macabra, que tú cumpleaños es en diciembre. Vamos! como si no lo supiéramos.
  • Ya sabes cómo es, no te preocupes, si lo hace por protestar pero se acuerda y se alegra tanto como nosotros.
  • Claro hijo, claro, como no se va alegrar.
  • Bueno mama, gracias por acordarte, hablamos.
  • Claro pequeño, perdona que me emocione y siga felicitándote pero me acuerdo y se me pone un nudo en la garganta. Ya sabes como me siento y que me parece muy raro alegrarme un día así sabiendo lo que pasaron otros tantos.
  • Déjalo mamá, digo apretando el móvil, no lo pienses, las cosas fueron desgraciadamente así.
  • Hasta luego, sabes que te quiero, verdad.
  • Claro que sí mamá. Un beso.       
Automáticamente, nada más colgar el teléfono busco en mi cuaderno, algo parecido a un diario, que empezó el doce de marzo del 2004, hace ya ocho años! Pocas frases, titulares podríamos llamarlo pero esa frase, aquella frase me hace sentir un escalofrío en la espalda “han querido matarnos a todos, pero no han podido.”…no sé muy bien porque, cada 11 de marzo de nuevo la escribo, la misma frase, emocionado pero feliz de poder escribirla, algo tan sencillo me hace sentir vivo. 

Los recuerdos son cada vez más difusos, el caos de aquel día empieza a dispersarse en el caos diario de la memoria, otras hojas caen sobre esa historia pero ninguna afortunadamente como aquella. Pasa el tiempo y no me olvido.

A todos los que no pueden escribir esa frase a todas las que no pueden felicitarnos el día 11 de Marzo.

martes, 6 de marzo de 2012

Asfalto patrio...

Hace tiempo que lo llevo pensando, analizando y creo que hoy ya puedo hacerlo público y publicarlo. Mi teoría y conclusión sobre los avances tecnológicos y comportamientos que nos ofrecen en exclusividad las carreteras españolas. No voy hablar de como una afable ama de casa puede llegar a transmutar en un tiburón hambriento al volante, que también se da junto con otras reacciones. Me referiré a fenómenos que solo se dan en este nuestro asfalto patrio.

Me explico:

Mi coche, mi pequeño utilitario de apariencia normal, de acabado normal debe tener y tiene una especie de Kers que hace acelerar a los demás coches en lugar de acelerar el mio. Este sistema, el resto de los conductores creo que lo hacen llamar intermitente. Os explicare como funciona el mí coche por si queréis comprobar que también el vuestro lo tiene, es muy fácil. Poneros en el carril derecho, esperad a encontraros con un coche a vuestra velocidad id en paralelo y poquito a poco situaros delante por su derecha, esto es lo más difícil,…, entonces y en ese instante accionar el intermitente, la reacción si lo tenéis es inmediata, el coche cobaya, en el carril izquierdo, acelerará para “permitir” tú maniobra….¡eso sí, detrás de él!!! No falla. No hay coche, no hay conductor que no haya caído ante el poder de mi kermitente.

Pero eso no es todo porque analizando mis vivencias al volante descubrí hace tiempo una de las mentiras más grandes de la ciencia. Este error de definición física no ocurre solo mi coche, si bien, puedo decir que esta muy focalizado. Esta mentira es, el nanosegundo ¿Dónde creíais que había salido tal medida? ¿De sirve? Qué nos aporta saber, conocer que algo dura la milmillonésima parte de un segundo, ¿Cómo se escribe eso con números?...cuando ya un segundo nos parece muy poca cosa. Pues sí, ante tal descubrimiento y de forma irrefutable puedo afirmar que el nanosegundo surge del semáforo madrileño. Y es, por definición, lo que tarda el Nano que va segundo en tocarte las pelotas, perdón, digo el pito en cuanto el semáforo se pone verde....

Y es que la DGT debería invertir e investigar este tipo de comportamientos y avances físicos naturales, que nos ofrecen las carreteras nacionales en pro de la humanidad…no vaya a ser que la selección natural este mutando y solo queden por las carreteras aquellos que reaccionan ante el kermitente con la velocidad de un nanosegundo.