viernes, 20 de septiembre de 2013

Dobleces del alma

Surcos de arrugas en las manos sembradas de pecas, en ellas miles de metáforas de tiempos mejores reciben un libro, débiles y temblorosas. 
La vida se le escurre por entre los dedos, una vida que toca a arrebato pero que se aferra con la delicadeza que tiene la muerte para algunas despedidas. Aguarda sin dramas, sin alardes, simplemente con la serenidad del deber cumplido. 
En la portada un título para ambos conocido “Dobleces del alma”, hablaron tanto de ese título. Para él, otra de la muchas nunca terminadas novelas de su hijo, pero de todas las que le leyó, ésta era la que más simpatía le despertaba. “Tiene fuerza” le decía cuando en aquellas noches, ahora, lejas sujetaba con fuerza folios de aquel borrador que nunca logró publicar. Lo sujetaba con delicada firmeza mientras deambulaba con la mirada brillante entre cara y  portada. En ella se adivina un paisaje boscoso que le permite recordar las tardes de verano en su añorada Soria. 
Da la vuelta con enorme dificultad, pero no quiere ayuda. Silencio. Un silencio espeso en la habitación del hospital. Nadie habla, aguardan, apenas casi respiran, esperando sin más. En la contraportada la foto de su vástago, algo más joven, con pelo largo y perilla que le roba una sonrisa cómplice donde no hay fuerzas pero que es suficiente: 
- “Ya no puedo llevarlo así pero podrías ser tú” 
- “Hijo…” Silencio. 
Nada había dicho hasta ahora, pese al tiempo que lleva con el libro en la mano, emocionado de ver la primera novela de su hijo. Quizá reservaba sus fuerzas temeroso como quien tiene que jugárselo todo a una frase. 
Traga saliba y lo intenta de nuevo 
- Hijo, lo has conseguido.
No hizo falta más, padre e hijo se abrazan con fuerza. Silencio. No es la novela. O sí. Lo es todo. Es un gracias. Un de nada. Un te lo mereces. Es por ti. Un imposible sin ti. Son un padre, un hijo, resumen de una vida. Y ese abrazo, ese instante que dura minutos pero es para siempre. Ese abrazo, al que se unen el resto de los hijos, y la madre, son tantas cosas que el único lenguaje posible es el silencio y sus abrazos. 
Lo rompe una voz emocionada y casi muda “Toma hijo, me pesa mucho…además, leí el borrador ¿verdad?. Déjalo donde pueda verlo e imaginarlo” 

Tan solo dos días después, esas manos que sostenían aquel ejemplar decidieron rendirse de forma definitiva, 96 años de lucha no fueron pocos. 
Se fue sereno, feliz y con su mano apoyada en aquel libro que era su vida...con la foto de su hijo. 

Hoy su hijo mira la portada de un libro con paisaje boscoso, el único ejemplar que queda, el otro se lo llevo él. No lo publico, seguramente no lo publicara pero consiguió hacerle sonreír, siempre se lo merecía.

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