Domingo, imprescindible que sea domingo, no sábado. Que no ofrezca estímulos para salir de casa, tiendas y museos cerrados, cines demasiado abarrotados y bares -al menos por la tarde- desiertos. Desde luego, mi domingo debe pertenecer al otoño o al invierno con el frío ahuyentando las ganas de ir a dar un paseo o hacer el esfuerzo de ir a ver a algún amigo. Un domingo que como una única y máxima atracción sea arrebujarse en el sofá enrollado en una manta.
Gripe aguda. Esa que da una sensación de calma, de nube, gripe de
excusa para no hacer absolutamente nada.
El teléfono en silencio para que nadie
contamine con sus ilusiones o desánimos la paz que me invade, silencio para no
sentir que existe otra vida más allá de la que late entre mis cuatro paredes.
Televisor encendido, por un día no pasa nada, con hermosos
muñequitos de celuloide que luchan y se desesperan. Aman, sufren y les ocurre la vida en dos horas, nacen, se casan, mueren, vuelven a nacer, casarse y
morir. Cometen los mismos errores generación tras generación. Experimentan
pasiones perfectas y enamoramientos de por vida imposibles de llegar a término,
por supuesto. Si alguien contrae un matrimonio equivocado le espera la
infelicidad perpetúa, sin becarias que alivien el camino. Y el que odia,
prostituye y domina suele encontrar, al final, un instante de arrepentimiento. Todo eso ocurre a 2 metros del sofá, detrás de un cristal y
uno se puede levantar a la cocina y dejarles solos amándose u odiándose. Puede
apagarlos y sustituirlos por música. Y volverlos a encender o cambiarlos por
otros que corren montados en coches con sirenas, que se pelean y se matan. Es
igual de verdad. Igual de mentira.
Sí!!! la vida debería ser esto, una tarde de domingo en
otoño o invierno con ciertas miasmas que nos aturdan suavemente, con los
sonidos que elegimos, apenas sin pensamientos y atenuados los sentimientos. Un
domingo sin ansiedad, sin prisas, aparcados los problemas y hasta las
esperanzas. Luces indirectas, objetivos aplazables, vajilla en el fregadero, da
igual, no la vemos desde el sofá.
Ay!! domingo donde nada es urgente, nada.
Y no sé por qué tiene que llegar el lunes. Salir a la calle, afrontar el
trabajo con el cuerpo renqueante por la gripe, notar el silencio del teléfono,
añorar el sonido del teléfono y sentir. Sentir sin excusas, sin pausa, sin
posible apelación, sin escapatoria. Luchar y desesperarse, amar y sufrir,
experimentar pasiones imperfectas, vivir entre pasiones imperfectas, vivir
entre situaciones perfectamente soportables para todos los demás. ¡Y no poder
apagarlas! E ir con tu corazón a la cocina y fregar los platos, la música de
los lunes tiene palabras, suenan palabras de lunes que no puedes callar. ¡La vida debería ser una tarde de domingo!